viernes, 29 de julio de 2011

Sobre la investigación en materia de Comunciación

Leyendo un artículo sobre la historia de la relación entre semiótica y comunicación me encontré con esto que me parece la forma mejor sintetizada de lo que hace mucho pienso sobre el problema de las carreras de Ciencias de la Comunicación. El artículo es de Carlos Emiliano Vidales Gonzales, un viejo amigo:

Casi desde sus inicios, la centralidad de la reflexión sobre la comunicación ha ido acompañada por los medios de comunicación, el gran objeto de investigación, pero esta centralidad junto con su proceso de institucionalización han tenido un fuerte impacto en lo que a sus principios constructivos se refiere. Esto es a lo que John Durham Peters ha llamado la pobreza intelectual en la investigación de la comunicación, al argumentar que los debates sobre comunicación “también tienen una etiología más específica que tiene que ver, en buena medida, con los intentos paradójicos de crear una entidad institucional particular (un campo académico) fuera de una entidad intelectual universal (comunicación). En el cruce entre la institución y el intelecto, el segundo históricamente ha perdido” (Peters, 1986:528).

El artículo completo lo pueden leer en:
http://www.razonypalabra.org.mx/n61/evidales.html#_ftnref1

jueves, 14 de julio de 2011

Sobre el lenguaje, continuación...

I.2. La situación del término es peculiar pare el caso del idioma español, que de entrada permite compartir la distinción francesa entre langage y lange (es decir lenguaje y lengua) que es inexistente en otros idiomas que sólo poseen una misma palabra para designar ambos términos. Sobre estas distinciones se puede afirmar que desde el siglo XIX se opone lenguaje (o lenguaje semiótico), como concepción general del lenguaje, a lengua (o lengua natural). Esta última se identificaría específicamente como un tipo de macrosemiótica con características específicas como ser una “organización estructural inmanente, que domina los sujetos hablantes” (los cuales son incapaces de modificarla), la doble articulación y los procedimientos de desembrague. Por el contrario, el lenguaje tomado en su sentido general, abarcaría un ámbito tan amplio que incluso comprendería la lengua natural[i].

No obstante, el término lenguaje resulta particularmente complicado ya que toda definición que se haga de él depende de una actitud teórica condicionante de los hechos del lenguaje (o de los hechos semióticos). Sin embargo, no es incorrecto afirmar que el lenguaje es el objeto de saber del que se ocupa el estudio semiótico. Pero a pesar de estas dificultades, Greimas y Courtés proponen que una posibilidad general de definición sería la de sustituir el término lenguaje por la expresión conjuntos significantes:

Partiendo del concepto intuitivo de universo semántico, considerado como el mundo aprehensible en su significación –previamente a todo análisis–, se tiene el derecho de postular la articulación de este universo en conjuntos significantes o lenguajes, que se yuxtaponen o se superponen entre sí[ii].

Otra característica general de todos estos conjuntos significantes o lenguajes, sería la de que todos ellos son biplanos, es decir “que lo que manifiestan no se confunde con lo manifestado”, y que son articulados: “al ser proyección de lo discontinuo en lo continuo está hecho de diferencias y de oposiciones”.

I.3. Parece difícil dudar que el pensamiento de Roland Barthes está basado siempre en una consideración del lenguaje en su sentido general de conjunto significante, y no en su sentido restrictivo (todo el lenguaje = lenguaje verbal o lenguaje natural). Esta postura es medular para justificar el enfoque de la teoría barthesiana, sin ella es imposible la elaboración de un análisis que utilice modelos de la lingüística, como lo hace Barthes. No obstante, el estudio de “la vida de los signos en el seno de la vida social” (como postulaba Saussure sobre la semiología), y de estos signos como partes de “lenguajes” verbales y no verbales, implica a su vez una enorme labor de construcción conceptual. Una labor de definición de la semiología como ciencia. Ante esto, la interrogante es si el análisis de Barthes logra sostenerse frente a esta exigencia. Por ello es que hemos partido de una exploración de la noción sobre el lenguaje. Y podemos concluir de manera preliminar que resulta evidente la inspiración semiológica del primer Barthes, la intención de teorizar sobre el lenguaje no verbal, partiendo del lenguaje verbal (El gradeo cero de la escritura) y de los mensajes de la cultura de masas (Mitologías).

El siguiente paso será examinar la construcción teórica de Barthes para reconocer sus alcances y sus limitaciones en el campo de una Semiología y, sobre todo, el campo de una crítica ideológica.



[i] Para esta subunidad la referencia: ibídem, pp. 236 – 239.

[ii] Ibídem, p. 238.

martes, 5 de julio de 2011

Transcribo algunos fragmentos de lo que he estado trabajando en el último año, algunos esbozos para la elaboración de una teoría de la crítica ideológica en el primer Roland Barthes:



I. Lenguaje

I.1. Cuando Barthes habla de lenguaje en El grado cero de la escritura la noción general es ambigua, sin embargo, esta ambigüedad se va atenuando al avanzar por el texto. Para mostrar esto comencemos por revisar algunos pasajes:


“Hérbert jamás empezaba un número del Père Duchêne sin poner algún “mierda” o algunos “¡carajo!”. Esas groserías no significaban nada, pero señalaban. ¿Qué? Una situación revolucionaria. He aquí el ejemplo de una escritura cuya función ya no es sólo comunicar o expresar, sino imponer un más allá del lenguaje que es a la vez la Historia y la posición que se toma frente a ella [1] (BARTHES R. , 2000, pág. 11).


Hasta aquí Barthes no ha hecho sino señalar el horizonte a partir del cual desarrollará su reflexión: la escritura, su relación con el lenguaje, la Literatura y la Historia. Para comenzar Barthes explica que hay otra función de la escritura además de su función expresiva o de comunicación, esa otra función posible es la de apuntar (o señalar) hacia la Historia, la cual, nos dice, es al mismo tiempo una evidencia que muestra la postura que se toma ante la Historia. La consideración relevante aquí es por un lado, que en la escritura se encuentran difusamente entramados el sujeto, la lengua y la Historia; y por otro, que la literatura es un campo ideal para examinar esas relaciones, pues en ella se anudan una serie de signos destinados a separar lo literario de lo no-literario, lo que Barthes llamaría el “orden sacro de los Signos escritos”, y por lo tanto, una serie de signos destinados a establecer a la Literatura como una institución. Estos límites, que definen conjuntos (que por ahora podríamos llamar provisionalmente conjuntos significantes) como “la Literatura” confirman la existencia de elecciones subjetivas en estrecha vinculación con la Historia (y más los límites de cada una de esas elecciones subjetivas que las elecciones por sí mismas): “La Historia se presenta entonces frente al escritor como el advenimiento de una opción necesaria entre varias morales del lenguaje –lo obliga a significar la Literatura según posibles de los que no es dueño” (BARTHES R. , 2000, pág. 12)[2].

Pero en todo esta reflexión sobre la escritura y la historia no hemos encontrado todavía una postura clara respecto al lenguaje. Entonces podemos recomenzar preguntándonos a qué se refiere Barthes cuando habla de una escritura que impone “un más allá del lenguaje”. Anterior a esta escritura transgresora (que Barthes ejemplifica con Hérbert), encontramos que la escritura tenía por función comunicar o expresar, es decir, ser una escritura que llamaremos “en el lenguaje” en oposición de la escritura “más allá del lenguaje” de Hérbert. Barthes ejemplifica esto con el arte clásico (los siglos XVI y XVII en Francia): todo lo que expresa este arte es lenguaje, es decir “trasparencia, circulación sin resabios, encuentro ideal de un Espíritu universal y de un signo decorativo sin espesor y sin responsabilidad” (BARTHES R. , 2000, pág. 13). La escritura clásica, por lo tanto, se considera así misma como transcripción del pensamiento, y la definición de qué es el lenguaje se da por sentada: el instrumento con el cual se pasan las ideas de la mente al papel. Para los clásicos el lenguaje es un artefacto común a todos los hombres, que permite la comunicación y la expresión de ideas; además, instrumento perene, objeto abstracto pero real; la definición del lenguaje se nos presenta como algo inexplicable, pero que incluso no es necesario explicar, porque es “de sentido común”. Pero lo que Barthes subraya de esa concepción del lenguaje no es su validez, sino por el contrario, su ingenuidad. La reflexión barthesiana se encamina a redimensionar el concepto del lenguaje, considerar, por ejemplo, el hecho de que lenguaje y lengua sean dos cosas distintas y que por lo tanto, haya conjuntos de signos que puedan ser denominados lenguaje mucho más allá del lenguaje verbal; de hecho, es precisamente eso a lo que se refiere cuando señala que se puede hacer “una historia del lenguaje literario que no sea ni la historia de la lengua, ni la de los estilos, sino solamente la historia de los Signos de la Literatura” (BARTHES R. , 2000, pág. 12). Así, aunque no lo manifiesta exactamente de esta manera, se puede decir que para Barthes el lenguaje, al menos el lenguaje Literario, es un conjunto de signos no necesariamente dependientes de una idea, lengua o estilo, que están destinados a “definir el espesor de todos los modos posibles de expresión”. Si estos es así, cuando Barthes habla de una escritura que señala un “más allá” del lenguaje, Barthes está diciendo que además del lenguaje verbal, hay una profundidad de sentidos, de indicios, de referencias, que señalan a otros indicios o referencias, que hablan de otros sentidos y que no necesariamente tienen qué ver con las palabras o las letras.

En El grado cero de la escritura Barthes no tiene marco teórico que le permita justificar estas consideraciones, no hay soporte conceptual ni profundidad metodológica. Es una especie de discurso en el que un razonamiento se muestra al estilo de la retórica antigua por medio de lo que se llamaba entimemas (silogismos retóricos), pero sobre esto no profundizaremos ahora. Sin embargo, esto comienza a cambiar a partir de Mitologías en donde Barthes establece claramente la necesidad de situar al lenguaje (o en este caso: los lenguajes) en un contexto mucho más amplio que el lingüístico al decir: “en adelante entenderemos por lenguaje, discurso, habla, etc., toda unidad o toda síntesis significativa, sea verbal o visual” (BARTHES R. , 1999, pág. 201). Esta afirmación propone el ingreso de la semiología como la metodología competente para el análisis del o los lenguajes: “[…] no significa que debamos tratar el habla mítica como si fuera la lengua: en realidad el mito pertenece a una ciencia general que incluye a la lingüística: la semiología” (Ibídem).




[1] Las cursivas son mías.
[2] Estas elecciones son la prueba de la existencia de una moral del lenguaje.