martes, 5 de julio de 2011

Transcribo algunos fragmentos de lo que he estado trabajando en el último año, algunos esbozos para la elaboración de una teoría de la crítica ideológica en el primer Roland Barthes:



I. Lenguaje

I.1. Cuando Barthes habla de lenguaje en El grado cero de la escritura la noción general es ambigua, sin embargo, esta ambigüedad se va atenuando al avanzar por el texto. Para mostrar esto comencemos por revisar algunos pasajes:


“Hérbert jamás empezaba un número del Père Duchêne sin poner algún “mierda” o algunos “¡carajo!”. Esas groserías no significaban nada, pero señalaban. ¿Qué? Una situación revolucionaria. He aquí el ejemplo de una escritura cuya función ya no es sólo comunicar o expresar, sino imponer un más allá del lenguaje que es a la vez la Historia y la posición que se toma frente a ella [1] (BARTHES R. , 2000, pág. 11).


Hasta aquí Barthes no ha hecho sino señalar el horizonte a partir del cual desarrollará su reflexión: la escritura, su relación con el lenguaje, la Literatura y la Historia. Para comenzar Barthes explica que hay otra función de la escritura además de su función expresiva o de comunicación, esa otra función posible es la de apuntar (o señalar) hacia la Historia, la cual, nos dice, es al mismo tiempo una evidencia que muestra la postura que se toma ante la Historia. La consideración relevante aquí es por un lado, que en la escritura se encuentran difusamente entramados el sujeto, la lengua y la Historia; y por otro, que la literatura es un campo ideal para examinar esas relaciones, pues en ella se anudan una serie de signos destinados a separar lo literario de lo no-literario, lo que Barthes llamaría el “orden sacro de los Signos escritos”, y por lo tanto, una serie de signos destinados a establecer a la Literatura como una institución. Estos límites, que definen conjuntos (que por ahora podríamos llamar provisionalmente conjuntos significantes) como “la Literatura” confirman la existencia de elecciones subjetivas en estrecha vinculación con la Historia (y más los límites de cada una de esas elecciones subjetivas que las elecciones por sí mismas): “La Historia se presenta entonces frente al escritor como el advenimiento de una opción necesaria entre varias morales del lenguaje –lo obliga a significar la Literatura según posibles de los que no es dueño” (BARTHES R. , 2000, pág. 12)[2].

Pero en todo esta reflexión sobre la escritura y la historia no hemos encontrado todavía una postura clara respecto al lenguaje. Entonces podemos recomenzar preguntándonos a qué se refiere Barthes cuando habla de una escritura que impone “un más allá del lenguaje”. Anterior a esta escritura transgresora (que Barthes ejemplifica con Hérbert), encontramos que la escritura tenía por función comunicar o expresar, es decir, ser una escritura que llamaremos “en el lenguaje” en oposición de la escritura “más allá del lenguaje” de Hérbert. Barthes ejemplifica esto con el arte clásico (los siglos XVI y XVII en Francia): todo lo que expresa este arte es lenguaje, es decir “trasparencia, circulación sin resabios, encuentro ideal de un Espíritu universal y de un signo decorativo sin espesor y sin responsabilidad” (BARTHES R. , 2000, pág. 13). La escritura clásica, por lo tanto, se considera así misma como transcripción del pensamiento, y la definición de qué es el lenguaje se da por sentada: el instrumento con el cual se pasan las ideas de la mente al papel. Para los clásicos el lenguaje es un artefacto común a todos los hombres, que permite la comunicación y la expresión de ideas; además, instrumento perene, objeto abstracto pero real; la definición del lenguaje se nos presenta como algo inexplicable, pero que incluso no es necesario explicar, porque es “de sentido común”. Pero lo que Barthes subraya de esa concepción del lenguaje no es su validez, sino por el contrario, su ingenuidad. La reflexión barthesiana se encamina a redimensionar el concepto del lenguaje, considerar, por ejemplo, el hecho de que lenguaje y lengua sean dos cosas distintas y que por lo tanto, haya conjuntos de signos que puedan ser denominados lenguaje mucho más allá del lenguaje verbal; de hecho, es precisamente eso a lo que se refiere cuando señala que se puede hacer “una historia del lenguaje literario que no sea ni la historia de la lengua, ni la de los estilos, sino solamente la historia de los Signos de la Literatura” (BARTHES R. , 2000, pág. 12). Así, aunque no lo manifiesta exactamente de esta manera, se puede decir que para Barthes el lenguaje, al menos el lenguaje Literario, es un conjunto de signos no necesariamente dependientes de una idea, lengua o estilo, que están destinados a “definir el espesor de todos los modos posibles de expresión”. Si estos es así, cuando Barthes habla de una escritura que señala un “más allá” del lenguaje, Barthes está diciendo que además del lenguaje verbal, hay una profundidad de sentidos, de indicios, de referencias, que señalan a otros indicios o referencias, que hablan de otros sentidos y que no necesariamente tienen qué ver con las palabras o las letras.

En El grado cero de la escritura Barthes no tiene marco teórico que le permita justificar estas consideraciones, no hay soporte conceptual ni profundidad metodológica. Es una especie de discurso en el que un razonamiento se muestra al estilo de la retórica antigua por medio de lo que se llamaba entimemas (silogismos retóricos), pero sobre esto no profundizaremos ahora. Sin embargo, esto comienza a cambiar a partir de Mitologías en donde Barthes establece claramente la necesidad de situar al lenguaje (o en este caso: los lenguajes) en un contexto mucho más amplio que el lingüístico al decir: “en adelante entenderemos por lenguaje, discurso, habla, etc., toda unidad o toda síntesis significativa, sea verbal o visual” (BARTHES R. , 1999, pág. 201). Esta afirmación propone el ingreso de la semiología como la metodología competente para el análisis del o los lenguajes: “[…] no significa que debamos tratar el habla mítica como si fuera la lengua: en realidad el mito pertenece a una ciencia general que incluye a la lingüística: la semiología” (Ibídem).




[1] Las cursivas son mías.
[2] Estas elecciones son la prueba de la existencia de una moral del lenguaje.

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